El mundo de los sentimientos es un ladrón que roba la objetividad. De este modo, mi hijo es el más guapo; mi religión, la única verdadera; mi país, el mejor del universo y mi equipo de fútbol, el más glorioso.
Los que solo creen, no piensan. Anteponen emociones, deseos y expectativas a la razón y la lógica, porque pensar implica objetividad, análisis y perspectiva histórica.
El que cree en un dios lo hace porque no quiere o no sabe rastrear a fondo en el origen de sus creencias. Si lo hiciera, admitiría que, al principio, todo eran dioses, y que necesidad, engaño y poder se fusionaron para componer mitologías y religiones.
El mundo de los sentimientos debería haber aprendido a no ocupar el terreno de la racionalidad.
Delicado terreno el de la fe aunque sea desde un punto de vista literario. Creer sin argumentar es tener fe y la fe, por definición, no se razona. Interesante reflexión.