¿POR QUÉ nos rasgamos las vestiduras? ¿Por qué nos cortamos las venas? ¿Por qué a estas alturas de la vida sollozamos de impotencia? Al fin y al cabo, es el Premio Planeta y todos sabemos lo que es el Premio Planeta, algo así como el premio gordo de la lotería nacional, pero con un cheque literario que entregan no al mejor escritor, sino al que más se ve, se oye o se huele.
No se trata de galardonar una inconmensurable obra literaria (eso es lo de menos), porque una empresa lo que quiere son clientes para amortizar una inversión millonaria, así que todos esos queridos lectores deslumbrados por el Gran Premio entrarán mañana a las librerías para tomar, como si fuera la sagrada forma, su ejemplar correspondiente de esa pila majestuosa de libros, colocados ante las mismísimas puertas para disfrute de los sentidos y goce de las almas.
¿De qué nos maravillamos entonces?
¿Por qué hablamos del Premio Planeta? Si los que tenemos un mínimo criterio de calidad literaria sabemos que es un premio más propagandístico, político y comercial que cualquier otra cosa. Pues hablamos de ello porque otros han hablado de ello. Yo estoy aquí, escribiendo «Premio Planeta» porque leí que has escrito Premio Planeta y lo hiciste porque otro lo hizo antes que tú. Y así todos hablamos del Premio Planeta cuando toca hablar del Premio Planeta. Mencionamos calidad, dinero, amañado, euros, escritor, escritora, Lara, Premio Planeta, difusión, ventas, galardón, novela, Premio Planeta…
Y así todos cacareamos lo que toca cacarear, ha amanecido otro Planeta más en el gallinero.
Dijo Savater, cuando ya había ganado el Premio Planeta y le preguntaron: «Sospechar del Planeta es como sospechar de los Reyes Magos. Es un juego y hay que tomarlo como lo que es. A estas alturas se sabe más o menos cómo funciona…»
Propongo que no volvamos a leer ni a escribir jamás, en los años venideros, hasta el fin de nuestros días, sobre el puto Premio Planeta.