RECORRIDO POR LA EDAD MEDIA HISPÁNICA A TRAVÉS DE LA NOVELA HISTÓRICA (II)
Sabino Fernández
Pasando ahora a la parte oriental de los reinos medievales hispánicos, el primero en crearse es el reino de Navarra. Sobre sus orígenes apenas existen las novelas históricas de la época romántica, con un fuerte componente nacionalista, como ocurre con las de Navarro Villoslada. El episodio del ataque a la retaguardia franca recogido en el Cantar de Roland se ha querido desmitificar en alguna novela con resultados bastante desiguales.
Una noticia importante en el género la tenemos de doña Toda, reina de Navarra, que, al quedar viuda, gobernó más que su hijo García en la Navarra de la época. Es difícil decir si doña Toda fue o no como la describe magistralmente Ángeles de Irisarri, pero, dadas las crónicas de su tiempo, parece no diferir mucho del retrato que la escritora nos ofrece: reina mandona, terca y con “redaños”. La misma autora nos ofrece otro retrato muy similar de otra reina medieval, esta vez del territorio catalán, doña Ermessenda que fue condesa de Barcelona y tan mandona y gobernanta como la navarra.
Un rey que aúna varias novelas históricas es, cómo no, el antecesor de todos los monarcas cristianos de la época: Sancho III “El Mayor” de Navarra. Retratado generalmente como un gran rey, los novelistas no se resisten a citar el controvertido episodio del caballo del monarca en el que don Ramiro, hijo natural del rey y no de la reina, y futuro rey aragonés, sale como fiador del honor de la reina, mientras que sus propios hijos se muestran remisos en su defensa. El episodio es cuando menos dudoso, por no decir totalmente falso, pero pocos son los novelistas que lo obvian. Así Demetrio Guinea o Toti Martínez de Lezea retratan bastante bien el reinado de este rey que lo fue de casi toda la Hispania de la época.
A la muerte de Sancho III sus reinos se reparten y se crea el reino de Aragón. Ramiro, su primer rey (vamos a considerarlo así aunque formalmente no se intituló como tal), suele ser retratado como hombre leal a su padre y a su madrastra y como firme defensor de su reino, mientras que a su hermano García se le retrata como ambicioso y desleal. Probablemente una injusticia más de la leyenda de los reinos hispanos (no hay que olvidar que Ramiro era bastardo y se le permitió una herencia, aunque menor), pero que se mantiene en novelistas como Díaz Huder o Vicenta Márquez de la Plata.
Navarra se estanca mientras Aragón crece y lo mismo pasa con la novela dedicada a cada territorio. De los reyes navarros apenas tenemos noticias de un Teobaldo II dedicado a sus asuntos franceses retratado por Díaz Huder o de las luchas intestinas del reinado de Carlos I relatadas por Toti Martínez de Lezea. El propio Díaz Huder se acuerda de Navarra con los amores de Carlos II de Navarra.
En Aragón el reino se consolida y crece. El rey Alfonso I “El Batallador” es descrito como el perfecto cruzado, con una misoginia evidente que hace fracasar su matrimonio con doña Urraca de Castilla, pero gran adalid de su reino. Así es retratado por novelistas como José Dieste y Ángel Delgado o José María Lacarra.
Su hermano Ramiro II “El Monje” tiene que hacer frente a su incapacidad para gobernar, probablemente debido a su formación religiosa y poco guerrera, con una pérdida del reino navarro y un levantamiento que conduce a la famosa campana de Huesca, hecha con las cabezas de los sublevados. Este episodio y su pusilanimidad en el ejercicio de las armas es recogido por novelistas como Dieste y Delgado, Miguel Gracia o Manuel Fernández y González. Incluso el propio Cánovas del Castillo se atreve con el rey monje.
La siguiente parada en el reino aragonés es el rey conquistador Jaime I. Desde su nacimiento, controvertido debido a un posible engaño a su padre por parte de su madre, pasando por una dificultosa juventud en manos de banderías y finalmente su glorioso reinado de continuas conquistas, el rey da para varias novelas. Así lo entendieron Albert Salvadó, Dieste y Delgado, o Ferrán Cremades, por citar solo a algunos. El rey se presenta siempre como vivaz y comprometido, buen gobernante y mejor guerrero, valiente y astuto. Probablemente todo ello fuera verdad en este caso.
Pedro IV “El Ceremonioso” es retratado por Corral Lafuente con sus luces y sus sombras. Para algunos es más cruel que su homónimo el castellano, tuvo un reinado convulso que el novelista sabe muy bien reflejar en su obra. Su personalidad ambivalente y sombría, creo que se postula como muy acertada.
Juan I “El Cazador” y Martín “El Humano”, últimos representantes de su linaje, son novelados por Mari Carmen Roca o Josep Piera como los postreros residuos de una grandeza que se extingue.
En los condados catalanes es el novelista Chufo Llorens quien más nos acerca a figuras como Ramón Berenguer, no olvidándonos de las novelas románticas que retratan la lucha fratricida entre Berenguer Ramón II y Ramón Berenguer II que finaliza con el asesinato de éste último por mandato de su hermano gemelo, el primero de los citados. Como no podía ser menos este episodio di para numerosas novelas de la época romántica en que el fratricida aparece como malvado y el muerto, como no, como buena persona.