JORGE MANRIQUE
José Guadalajara

Fue herido de muerte en Garcimuñoz, a la derecha de la carretera de Valencia según se sale de Madrid, aunque su fama, desde 1479, se haya quedado pegada en los manuscritos, en los Cancioneros, en las historias de la Literatura, en los libros de texto y en las páginas de Internet.
En aquel castillo dejó su vida mientras defendía a Isabel la Católica frente a los partidarios de Juana de Castilla, la hija de Enrique IV, que, a la postre, perdió el trono. Cuentan, sin embargo, algunos que, herido, fue conducido al pueblo cercano de Santa María del Campo Rus, en donde realmente falleció.
La Historia le recompensó con un lugar entre los literatos y, aunque su obra es breve y no excesiva en sustancia, las Coplas que escribió a la muerte del maestre Rodrigo Manrique, su padre, le bastaron para que, por lances de la Fortuna, hoy en día muchos no se hayan olvidado aún de aquellos versos iniciales: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…”.
Las Coplas a la muerte de su padre, escritas en estrofas de pie quebrado, son un balance de la fugacidad del tiempo y sus estragos, una meditación sobre la vida humana y su destino, un homenaje al padre muerto y un recuerdo de su peripecia vital como hombre de armas, pues, aunque “la vida perdió, dexónos harto consuelo su memoria”.
Jorge Manrique, descendiente de este poderoso linaje castellano que recuerda su apellido, compaginó armas y letras, como lo hicieron también otros muchos nobles del siglo XV, pues la poesía, además de entretenimiento, era una moda de buen gusto entre los cortesanos.
Las Coplas, sinceras y sentidas, recogen también muchos tópicos de la época, como el célebre ubi sunt?, una pregunta retórica de carácter consolatorio frente a la muerte y sobre lo inevitable de su venida: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar”.

Quizá la elección del pie quebrado, una estrofa ligera e impropia entonces para temas fúnebres, haya contribuido a la posteridad de las Coplas. La elegía cobra en estos versos una sonoridad grave e imperecedera que se queda repicando en la memoria. Quien se haya acercado a este poema de Jorge Manrique no puede negar que su “tonillo” y su modo de ofrecer una imagen de la vida, del tiempo y la muerte tiene algo de etéreo para que el poema nos siga conmoviendo todavía.
Hace años, el poeta Luis García Montero se atrevió a parodiarlo con gracia e ingenio:
Recuerda si se te olvida
que este mundo es poca cosa,
casi nada,
que venimos a la vida
con la sombra de una losa
no pagada.
Los días, como conejos,
nos llevan en ventolera
al infierno,
su curso nos hace viejos
trocando la primavera
en invierno.
Quizá don Jorge podría responderle desde sus huesos:
Diciendo : “Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
e su halago;
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerço famoso
en este trago.