LA IRA DE DIOS

por Julián Moral

Foto Yuheng Ouyang

El establecimiento del Reino de Yahvé sobre Israel, con un fuerte contenido utópico-cósmico-igualitario, propiciado por una guerra santa en la que los «hijos de la luz» derrotarían a los «hijos de las tinieblas», era una creencia muy arraigada en el universo judío del llamado Segundo Templo. Creencia que se fue proyectando, ya en el siglo I de nuestra era, en una fe mesiánica y revolucionaria y hacia una guerra total contra los romanos y sus colaboradores: las élites judías del Templo.

El Reino de Yahvé o Reino de los Cielos, cuya llegada se esperaba de forma inminente de la mano de un mesías, era un conjunto trabado de aspiraciones políticas, sociales y espirituales. Este mesías figuraba en los viejos textos proféticos, en los textos sectarios de los Rollos de Qumrán y en numerosos pasajes de los Evangelios. Era visto como un guerrero triunfador y como un juez justo e implacable. Alrededor de esta esperanza se formó un heteróclito movimiento popular (sobre todo en la Judea-Galilea) en el siglo I, cuyo denominador común era la fe en la revelación mesiánico-escatológica. Una creencia en el Reino de Yahvé que se concretaba en la resistencia contra el invasor romano y en la confianza en una liberación nacional y en una nueva justicia social con la ayuda divina.

La idea mesiánica y escatológica era una potente herramienta ideológico, política y religiosa que fue evolucionando desde los tiempos del exilio babilónico, haciéndose familiar en el mundo judío. Y es que, realmente, un hilo conductor corría a través de la literatura profética de los escritos de Qumrán y de los textos apócrifos y neotestamentarios. Isaías ya es un profeta con un fuerte componente escatológico, lo mismo que Jeremías y, por supuesto, Ezequiel, que incorpora en sus profecías siete visiones alucinantes que influyeron de forma evidente en el Apocalipsis de Juan. Los autores o escribas apocalípticos solían emplear un seudónimo o el nombre de un personaje relevante anterior para firmar sus escritos (Henoc, Baruc, Habacuc) como forma de ocultarse ante una posible persecución o represión por su palabra combativa o sediciosa. También buscaban mayor realismo mostrando hechos ya cumplidos en el pasado para presentarlos como una revelación.

Foto Kostiantya Li

Toda la profusa y abigarrada imaginería simbólica de los profetas escatológicos gira esencialmente sobre la idea de Yahvé en lucha contra las potencias del mal –algo que está en la base de todas las revelaciones–, una idea a la que se fue adhiriendo de forma progresiva y sistemática el mesianismo escatológico, a veces con tintes xenófobos, como se refleja en numerosos textos. Antes del exilio, los profetas hablaban del final de los sufrimientos del pueblo de Israel si se volvían a observar las leyes mosaicas, pero, a partir de aquel, se dan en los profetas continuas referencias a la ira de Yahvé en las que suele brillar por su ausencia la piedad y el perdón de ese «Yahvé de los ejércitos», repetidas veces aludido. En este sentido, el libro de Daniel –escrito hacia el 166 a. C.– contiene ya algunos claros elementos escatológicos: la sublevación contra las naciones impías y el gobierno de los justos. Algunos autores señalan que este libro tiene paralelismos con el Rollo de la Regla de la Guerra encontrado en las cuevas de Qumrrán y, además, en este orden de cosas, recuerda asociaciones con escritos y pasajes cristianos como Tesalonicenses, Evangelio de Juany, por supuesto, Apocalipsis.

A este pensamiento guerrero-mesiánico habría que añadir la aceleración de la creencia, a fines del siglo I a.C. y comienzos del siguiente, de que se estaba viviendo en la culminación de los días y que se aproximaba el Reino mesiánico. Pablo de Tarso en la primera Epístola a los Tesalonicenses se refiere a ello en presente como «algo que ocurrirá en un término corto, aunque incierto». Las ideas del fin de los días, del Reino, de la convulsión y discordia familiar entre parientes y cercanos por la violencia implícita y explícita de la revolución escatológica, está presente en varios versículos de los Evangelios: «No he venido a traer paz sino espada». La alusión a estas premoniciones también la recogen Pedro y Santiago en sus epístolas. Este último hace referencia al «Señor de los Ejércitos» y a la cercanía de su llegada. Como vemos, todo muy relacionado y vinculado en la tradición profética a una batalla escatológica y a un nuevo Reino para el pueblo elegido.

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