¿SIGUE AÚN CON VIDA RAOUL WALLENBERG?
Sergio Guadalajara
Oskar Schindler, un nombre muy familiar, supongo, para todos los cinéfilos o para los admiradores de Spielberg por su famosa y alabada película “La lista de Schindler”, fue un héroe para los judíos, ya que salvó a muchos de ellos de morir en los campos de concentración nazis. Pero el tema de este artículo no estará dedicado a Schindler, sino a un hombre que no ha tenido la fortuna, hasta la fecha, de que un prestigioso director de cine se ocupara de su persona para hacerle merecedor al menos de la misma popularidad de la que goza el empresario alemán rememorado por Spielberg. No es que no se le hayan dedicado películas y documentales, pero no tuvieron la publicidad ni la difusión de la que disfrutó esta película. Este hombre es Raoul Wallenberg.
Otro caso similar es el del español Ángel Sanz-Briz, que salvó a 5.200 judíos de las cámaras de gas y que llegó a cooperar con Wallenberg en esta salvación. Al igual que a su amigo sueco, no le han dedicado películas o documentales y ni siquiera el nombre resulta conocido en la propia España. Esperemos que esto cambie para ambos.
Desconozco si alguno de ustedes ha viajado a Jerusalén y si, en su viaje a Tierra Santa, ha visitado el Yad Vashem (monumento dedicado a los seis millones de judíos asesinados en el Holocausto nazi) o la avenida que lo cruza, que recibe el nombre de “Los Justos” y que está flanqueada por seiscientos árboles que recuerdan a seiscientos hombres que contribuyeron a que el número de los seis millones de muertos no fuera aún mayor. Uno de estos árboles está dedicado a Raoul Wallenberg, que salvó a cien mil judíos húngaros de morir a manos de los nazis (otras fuentes señalan que ese número oscila entre las treinta o cuarenta mil personas, aunque esto no resta valor alguno a las acciones de Raoul).
Raoul Wallenberg nació el 4 de agosto de 1912 en Suecia. Pertenece a una de las familias más sobresalientes de este país, al que ha dado muchas generaciones de excelentes diplomáticos, banqueros y políticos. Fue criado por su abuelo Gustav, que pretendía que siguiera los pasos de sus ancestros y fuera banquero, pero él se decantó por la arquitectura. Estudió en EE.UU y volvió a Suecia, pero, como allí no había grandes posibilidades para un arquitecto, trabajó en distintos países hasta que llegó a ser en pocos meses directivo de una empresa que importaba y exportaba productos alimenticios y que dirigía un judío húngaro llamado Koloman Lauer.
En 1944 la burocracia sueca comenzó a buscar a un hombre que fuera a Hungría y salvara al mayor número posible de judíos repartiéndoles pasaportes suecos -Suecia era neutral- para que éstos pudieran ser enviados sanos y salvos fuera de las garras del exterminio nazi. Eligieron a Raoul Wallenberg gracias a la recomendación que Koloman Lauer hizo de su amigo.
Comenzó Raoul a trabajar emitiendo pasaportes suecos falsos que retocó para que pasaran como auténticos a ojos de los alemanes y de la policía húngara, ya que, tradicionalmente, los alemanes y los húngaros, de origen prusiano ambos, se dejaban impresionar fácilmente ante una abundante y recargada simbología. Decoró los pasaportes con intensos azules y amarillos -los colores nacionales de Suecia-, puso el emblema de las tres coronas suecas y llenó el pasaporte falso con firmas y sellos.
Al poco tiempo, Raoul los fue repartiendo por los trenes en los que se encontraban los judíos que iban a ser deportados o entre los que se dirigían hacia la frontera con Austria y que caminaron más de doscientos kilómetros a pie. Wallenberg les gritaba poco después: “¡Eh, usted, enséñeme su pasaporte sueco y salga de la fila!”. Utilizaba esta argucia para exigir a los soldados alemanes la inmediata liberación de todos los portadores de estos pasaportes. En todas estas “maniobras” se jugó la vida y se vio expuesto en numerosas ocasiones a ser herido por parte de los germanos.
A la vez que realizaba estos actos necesarios, sin duda alguna llenos de muchísimo coraje y valentía, fue creando una serie de lugares seguros repartidos por todo el distrito de Prest, en Budapest, donde guarecer y esconder a los judíos “suecos” liberados. Estos lugares recibieron el nombre de “bibliotecas suecas” o de “casas suecas” para camuflarlas así de los nazis. Ante ellas ondeaba la bandera sueca porque Wallenberg había declarado este territorio como propiedad de Suecia ante las autoridades alemanas, que ya no podían entrar en estas casas al pertenecer a un país neutral. En todas estas zonas protegidas llegaron a estar escondidos más de quince mil judíos que gozaron de seguridad y manutención.
Corría el día 3 de enero de 1945 y parecía que salía el sol de entre las nubes para los 120.000 judíos húngaros que habían sobrevivido gracias a los esfuerzos de Raoul. El mismo Wallenberg aguardó ansioso la llegada del Ejército Rojo ante un edificio en el que ondeaba una gran bandera sueca. Gracias al dominio que Raoul tenía del idioma ruso, le comunicó a un sargento que él era el encargado de negocios de Suecia en Hungría y pidió permiso para visitar los cuarteles soviéticos de la zona.
El día 17 de enero salió con una escolta y un chófer de Budapest, pero antes paró en una casa sueca para despedirse de sus amigos. A un amigo suyo le confesó que recelaba de los rusos, pero que volvería dentro de una semana. No se le volvió a ver.
¿Qué fue de él? ¿Por qué querrían los rusos encarcelarlo? Ninguna de estas dos preguntas tiene una respuesta esclarecedora, pues todas las que se han dado hasta el día de hoy resultan ambiguas y muy confusas.
Comencemos por saber el motivo de su visita a los soviéticos. Raoul había diseñado un plan para ayudar a los judíos en la posguerra, pero, para llevarlo a cabo, necesitaba de la colaboración rusa. Los rusos, sin embargo, no comprendían las razones humanitarias del sueco ni por qué se entregaba en cuerpo y alma a su cuidado y salvación. Probablemente vieron más bien en él a un espía americano que intentaba sacarles información, razón que fue sin duda la causa de su detención. Gracias a algunos testigos sabemos que fue enviado a una cárcel en Rusia, concretamente a la de Lyublyanka, por agentes del NKVD, predecesora del futuro y famoso KGB. En Suecia comenzaron a preguntarse qué había sido de Raoul, y el embajador sueco en Moscú recibió una carta en la que se decía que “las autoridades soviéticas han tomado las medidas necesarias para proteger a Wallenberg y sus posesiones”. La madre de Raoul preguntó a la embajadora rusa en Suecia por el destino de su hijo y ella le aseguró que en la Unión Soviética su hijo se encontraba en buenas manos.
El 8 de marzo de 1945 se transmitió por una radio húngara controlada por los rusos la noticia de que Wallenberg había sido asesinado por los nazis en su camino hacia el cuartel soviético, noticia falsa filtrada por los propios soviéticos.
Ya en 1956 el Primer Ministro sueco y su ministro del interior viajaron a Moscú para esclarecer el destino de su compatriota desaparecido. Un año después, los rusos, tras buscar sin descanso, hallaron un documento firmado por el director de la prisión de Lyublyanka en el que se hacía constar que Wallenberg había fallecido el día 16 de julio de 1947 en su celda. ¿Tiene algo de cierto este documento? Los suecos dudaron de su veracidad, pero los rusos afirmaban que el fallecimiento era cierto.
En 1970 dos nuevos testigos provocaron que el Gobierno sueco mandara otra carta para que se reabriera el caso Wallenberg, aunque obtuvieron la misma respuesta: Raoul Wallenberg murió en 1947 a causa de un ataque al corazón.
En 1991, tras la caída de la URSS, se abrieron todos los archivos en busca de respuestas que tampoco fueron halladas. Nueve años después, el jefe de la comisión encargada de esclarecer este misterio, Alexander Yakovlev, anunció que Raoul Wallenberg había sido ejecutado en 1947 por la Unión Soviética en la prisión de Lyublyanka junto a su compañero Vilmos Langfelder. Rusia lo negó y mantuvo su versión de que Wallenberg murió a causa de un ataque al corazón en 1947.
Un año más tarde una comisión formada por Rusia y Suecia intentó averiguar el destino de Raoul, pero, una vez más, el caso quedó sin resolver, ya que los primeros siguieron afirmando que murió de un ataque al corazón, en tanto que los suecos dudaron de esta versión oficial.
La misteriosa muerte de Raoul Wallenberg continúa hoy sin respuestas.