PERLAS NEGRAS EN EL HABLA
Laura Esteban
Estudio Filología Hispánica en la Universidad Complutense y tengo la suerte de que uno de mis profesores sea José María Díez Borque, importante y reconocido catedrático en el mundo de la Filología. El señor Díez Borque suele repetirnos en clase que oye un “runrún” que no le gusta nada. Lo que nuestro querido catedrático quiere decir con ese “runrún” es que hay un ruido molesto que le llega a la tarima provocado por las conversaciones de sus alumnos. Y, aunque esto sea Filología, no todo lo que se escucha es correcto. Así, empezaremos a tratar lo que nos ocupa aquí hoy: los diferentes registros del lenguaje que encontramos en el día a día en función del nivel sociocultural del hablante.
Como decía, en nuestra clase de jóvenes filólogos no todos hablan como debieran e, incluso, llegamos a sorprendernos por lo que escuchamos. Recuerdo el caso de una compañera que prácticamente se abalanzó sobre otra que sostenía un manual en las manos y, con gran excitación, exclamó: ¿¡Cuánto t’ha valío!? De esto hace ya unos meses pero, sin ir más lejos, el viernes pasado hubo otra compañera que me sorprendió más que la anterior. Escuché que decía una frase de seis palabras de la cual cuatro eran palabrotas. ¡Terrible! Pobres compañeras nuestras. Quizás podríamos justificar el primer caso, ya que viene de un pequeño pueblo y es que en los pueblos, nos guste o no, encontramos numerosos ejemplos de lo que venimos hablando. Muchos de nuestros abuelos proceden de pequeñas localidades donde no recibieron una educación como la actual, lo cual hace que tengan expresiones –agramaticales- que pueden resultarnos graciosas y sin las cuales sus “batallitas” perderían ese aire que sólo ellos saben darles. Frases típicas en ellos podrían ser: “Miá pa’ qué, antes sí que lo pasábamos bien tos juntos en las fiestas de los pueblos… no como ahora, que estáis atontaos con tanta arradio y tanta tontería”, “en mis tiempos sí que teníamos que andar; ahora con los tasis, las amotos, la camioneta y el metro no andáis na”.
Este tipo de expresiones o formas de hablar y, en definitiva, esta variedad del lenguaje se da en función del nivel sociocultural del hablante en cuestión. Así, como hemos visto, una persona de pueblo o poco formada no siempre hablaría igual, con las mismas expresiones y un cuidado del lenguaje semejante al de una persona estudiosa o letrada.
Sabiendo esto, cabe nombrar a los vendedores ambulantes que pasean por nuestras calles predicando con voz metálica: “¡Malocotones! ¡malocotones recién cogíos de la huerta!”. Y que se dicen entre ellos cosas como “Ríchar, aparca la fregoneta que viene la pasma”. Siguiendo el hilo de los vendedores ambulantes, he de decir que esta mañana fui al Rastro y me pareció curioso escuchar a los vendedores de las mañanas de los domingos madrileños. El interés que ganan sus gritos entonados en diferentes acentos lo pierden con el lenguaje utilizado que, por otro lado, supone la letra de la banda sonora que acompaña a los paseantes del Cascorro. Los humildes –y no tan humildes- vendedores hinchan sus pechos y nos deleitan con melodías tales como “¡dos pares de bragas un leuro! ¡Vamos, guapa, me se acaban!” No puede sino resultarnos simpática esta forma de hablar, si bien los que tratamos de cuidar la lengua tendemos a horrorizarnos con expresiones como ésta.
Del mismo modo que hablamos de estas personas del pueblo llano, podemos referirnos también a gente que, por la cantidad de dinero que gana, pertenecería a una clase social acomodada y, por lo tanto, podría permitir costearse unos estudios –mejor si es en la pública- pero que, por cuestión de humildad o porque no dan para más, no olvidan su origen chabacano demostrándolo continuamente en el habla. Nos encontramos, pues, ante un caso muy conocido por todos: Belén Esteban. Criticar sus dudosos y escasos conocimientos culturales no es lo que nos ocupa en este artículo; lo que nos interesa aquí es su forma de hablar, porque sí, no sólo grita cual verdulera –con perdón de las verduleras- también habla. No hay que poner ningún ejemplo más allá del archiconocido “¡Andreíta, coño, cómete el pollo!” y demás errores que todos hemos escuchado alguna vez y que han hecho que nos sangraran los oídos: “Se resulta de que”, “ayer andé”, “he escribido”, etc.
Para concluir, querría señalar y me gustaría hacer hincapié en que este artículo no se presta a insultar ni a hacer de menos a quienes “practican” estas variedades del lenguaje sino a analizarlas. Recordemos que una persona con gran poder adquisitivo puede tener un intelecto nulo y, al contrario, una persona sin demasiados medios económicos puede ser instruida y estudiosa –hasta que las medidas políticas venideras nos dejen- y poseer un perfecto nivel en el habla. Así, sabiendo que el hablar bien depende, en parte, del nivel sociocultural de uno mismo, está claro que hay que leer más para poder hablar mejor.