«Hierro, calentadores, frigoríficos, lavadoras… ¡Ha llegado el chatarrero, oiga!». Es la voz tronante del sábado y el domingo, aquí, en mi barrio tranquilo, la voz que despabila a los durmientes y a los cortadores de césped. Viene como de otro tiempo, añeja, algo descafeinada, sin embargo; una voz pasante que cruza la calle y nos hace tomar conciencia de esa realidad miscelánea que toma cuerpo en los objetos. De ellos, solo el metal –el cobre, el hierro o el aluminio que cubre sus viejos motores– interesa al señor ambulante de los cacharros.
Su voz monocorde toca el corazón de los humanos mientras la idea de la perdurabilidad se convierte en nuestros oídos en un triste canto de sirenas.
Gracias, José Guadalajara, por evocar poéticamente al «chatarrero», esa voz que aún irrumpe en el silencio de los domingos, teniendo los días contados.
Gracias, Christine, por tu reflexión.
Estas breves evocaciones de J. Guadalajara ( y disculpen el atrevimiento ) me retrotrae a M. Proust y su » tiempo perdido y recobrado » . Lo cotidiano enmarcado en el tiempo pasado que se diluye y a veces de forma breve y sencilla se recupera.
En efecto, no te falta razón. Pero, sobre todo, expresa el deterioro y la nostalgia de lo que fue.
Me haces rememorar también al afilador con su chiflo, que parece un flauta andina. Ambos siguen recorriendo nuestras calles. Ahora en coches, lo que amplia su territorio. Seguiremos viéndolos transitando durante bastante tiempo
No va a ocurrir lo mismo con los quiosqueros, estirpe condenada al olvido.
Encontrar quioscos de prensa en funcionamiento se convierte en una ardua labor.
Y otros muchos, como el heladero, el mielero, el cobrador de los muertos… En cuanto a los quioscos, aún tendrán larga vida, pero es cierta su decadencia.