CONTRADICCIONES CRISTOTEOLÓGICAS

Julián Moral

Foto Mick Haupt

El judeo-cristianismo y su evolución posterior, dirigida y fundamentada por la Iglesia, aceptó los escritos de la ley judía como palabra inspirada por Dios, pero rehaciéndola, adaptándola o expropiándola, aunque, no obstante, afirmando que la Ley antigua era todavía imperfecta y una preparación para los Evangelios. ¿Pero cómo podía no ser perfecta si se consideraba inspirada por Dios? ¿A quién hacer caso? ¿a las divinas o inspiradas palabras de los libros sagrados o a las elucubraciones de los muñidores doctrinarios y teológicos de la Iglesia?

Parece evidente que las contradicciones entre el Antiguo y Nuevo Testamento son más un producto de la posterior evolución y del recorrido cristológico de la secta judeo-cristiana hacia verdades de fe teológicas tras la crucifixión de Jesús de Nazaret. Una evolución cuyo punto de inflexión está en la base de la ruptura con el primer perfil del profeta nazareno: un perfil mesiánico judío localista que se transforma o adapta a una nueva visión de un Mesías divinizado o Cristo de la fe.

Habría que deslindar la figura del Jesús histórico (con todas las dudas y limitaciones) y la del Jesús resucitado y divinizado por la Iglesia, organización paulatinamente más centralizada y jerarquizada. Porque, a pesar de que los Evangelios hacen sistemáticamente un juego de paralelismos de relatos, profecías y revelaciones entre Antiguo y Nuevo Testamento, las contradicciones son evidentes y tienen su razón de ser y su fundamento interesado en ese radical cambio de paradigma del Mesías localista, beligerante y escatológico al de Mesías (Cristo) resucitado.

El claro desplazamiento entre ley judía y teología cristiana fue un proceso que se alargó en el tiempo a partir de esa contradicción en la función del Mesías, que derivó en una serie de diferencias teológicas que se pueden encontrar en los textos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, un texto como el Apocalipsis, que tuvo sus dificultades para ser incorporado al canon cristiano, refleja esa relevante contradicción señalada y los consensos a los que tendían las diferentes iglesias locales de los primeros pasos de la secta judeo-cristiana y la primitiva Iglesia. El Apocalipsis de Juan nos retrotrae a la más cruda y agresiva literalidad del Antiguo Testamento: la ira de Yahvé, la xenofobia judía hacia los gentiles, el drama del fin de los días o el Mesías guerrero. Pero, a su vez, trasluce un esfuerzo de acomodación y búsqueda de consenso entre el judaísmo localista nacional y el pensamiento helenista que ya habían explorado e iniciado Pablo de Tarso y las redacciones evangélicas.

Foto iam_os

A modo de ejemplo, hay dos claras contradicciones de procedencia de origen: por un lado, la de Jesús como Mesías descendiente de la casa de David, que trata de conectar al nazareno con la profecía del Antiguo Testamento, y por otro, la procedencia de Jesús-Dios-Hijo que ya pertenece a una formulación de la cristología.

El énfasis por hacer realidad el mito mesiánico (sobre todo en Mateo) de entroncar a Jesús con David a través de José el carpintero pone de relieve que el profeta nazareno no era considerado hijo del Padre. Esto contradice, naturalmente, la consideración posterior cristológica de Jesús como Dios-Hijo de Dios; consideración ésta que, a su vez, contradice la anterior procedencia de Jesús como Mesías profetizado de la casa de David si José el carpintero nada tuvo que ver en su gestación.

En cualquier caso, Jesús no dijo que fuera Dios y hay versículos de los libros del Nuevo Testamento que demuestran que los primeros cristianos no pensaban que lo fuese. Su divinización tuvo su evolución y su formato final en la Trinidad. A este respecto la Iglesia se posiciona y afirma que el Hijo «procede» del Padre, y el Espíritu Santo, del Padre y del Hijo. Ahora bien, si algo procede de algo o fue engendrado por algo es evidente que antes no existía, luego el Hijo y el Espíritu Santo no serían eternos ni de la misma categoría de deidad que su Dios-Padre creador.

Las tres personas, tres sustancias, un solo Dios: un perfecto galimatías que contradice las supuestas palabras inspiradas bordeando por tanto la herejía y el politeísmo que trata de rechazar.

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