CABALLERO

Piensen ustedes en el uso de este sustantivo y se darán cuenta de su anacronismo. Para ello pongámonos en una situación determinada, como la de un agente de policía dirigiéndose a alguien que acaba de cometer una infracción: «¿Me permite su documentación, caballero?». O: «Caballero, póngase contra la pared». Este uso es un mero formulismo y un modo conminatorio para marcar un distanciamiento verbal y físico exigido por la situación.

 El sustantivo, sin embargo, aún sigue presente en los rótulos de algunos aseos públicos, combinado con el de «señora», lo mismo que en la voz de algunos presentadores: «Señoras y caballeros».

Ayer mismo, apoyado sobre la barra de un bar madrileño, una joven me preguntó desde el otro lado: «¿Qué va a tomar el caballero?».

Me dieron ganas de poner el pie en el estribo, agarrar las riendas de mi montura y, como si fuera un auténtico caballero medieval, descender a todo galope por la calle Goya hasta la plaza de Colón.

13 comentarios en “CABALLERO”

    1. José Guadalajara

      Es correcto el empleo de este sustantivo con esta función, pero es un caso curioso de cómo la sociedad va más deprisa que las palabras o cómo éstas alteran sus valores semánticos a lo largo del tiempo. El artículo es solo una anécdota de cómo siento yo este uso léxico cuando lo escucho decir a otros o lo emplean conmigo. «Me noto como si cabalgara a lomos de un purasangre».

  1. Ciertamente nuestro lenguaje cotidiano se ve arrastrado por las múltiples expresiones que escuchamos de forma habitual y que sin darnos cuenta incorporamos a nuestras conversaciones diarias sin comprender realmente el significado.
    Eso si, nos entendemos a las mil maravillas.

    1. José Guadalajara

      Así es. Nos entendemos. Aquí, en este artículo, lo que pongo de manifiesto (sucede con otras palabras) es la sonrisa que me produce pensar que están utilizando un término que, en el fondo, querría decir otra cosa. Más que el uso de este sustantivo, a veces, es el modo de emplearlo.

  2. Rafael Ubal López

    Montar a caballo (Caballista) ha caracterizado a distintas condiciones sociales según las culturas o etapas históricas de que se trate. Por otra parte, la «caballería» otorgaba un gran poder militar más ofensivo que defensivo. Los griegos y macedonios la conjugaban con otra unidad militar entonces menos fuerte, la «infantería». Sabes muy bien tú, que en la Edad Media, la institución de la caballería vino a ser un progreso sobre el brutal y bárbaro guerrero antiguo. Además, estaba relacionada con un código de conducta y de honor que definía no solamente el arte de la guerra, sino que también implicaba reglamentos específicos de conducta religiosa, moral y social identificados plenamente con los ideales de la vida cortesana y religiosa medieval. El caballero o paladín era necesariamente un señor feudal y la «caballería» a la que pertenecía era un cuerpo militar al servicio de un rey o poder feudal. Y viniendo a la actualidad, por cierto institucionalmente muy enferma de Edad Media, recordarte que como también sabes tú muy bien, tienen plena vigencia en nuestro «Cambalache» siglo XXI Ordenes Militares Españolas que continúan manteniendo una organización básicamente idéntica a la que presentaban con anterioridad a la Desamortización del siglo XIX. Por eso hoy tiene, todavía, pleno sentido hablar de caballeros nombrados, por cierto, por otra Institución anacrónica cien por cien: la Monarquía. Sigue siendo el Rey quien nombra «caballeros». La Patarquía con la instauración de la «Huevocracia» es el revolucionario invento que nos cura del Síndrome Institucional de la Mujer de Lot, convertida en una columna, pilar o estatua de sal después de mirar hacia atrás.

  3. Siendo caballero en su origen distintivo de cierta clase social, tal vez la moza al observar la elegancia de tu porte, apoyado en la barra, sin recostarse de forma indolente como un vaquero y tampoco demasiado envarado como sin saber qué hacer, en su justa medida, un apoyo sutil pero firme, quiso ella, distinguirte de los truhanes, gentes de mal vivir y villanía en general que acostumbra a frecuentar el infame antro al que fuiste a caer (así me gusta imaginar el lugar, a falta de otra descripción).

    También tal vez la zagala, atenta a todos los detalles, te vió depositar en la barra el móvil, el paquete de Malboro y sobre todo, la llave del coche. Y tras una asociación de ideas levemente consciente, le pareció que la manera más adecuada de referirse a tu ilustre figura, era la de caballero.

    1. Pues voy a pensar que me hizo caballero al percibir, por intuición, mi amor desenfrenado hacia la Edad Media. Muy sutil con tu comentario. Ahora muevo el caballo a la casilla tres alfil (C3A). A ver qué pasa.

  4. Cuidado José , con independencia de implicaciones históricas y semánticas, el «caballero» que nos aplican es más por la edad que por la presencia o cualquier otra virtud.
    Además, aplicado por alguien que nos sirve algo o vende algo, puede tener un sesgo interesado o «pelotilla».

  5. Hace unos días, en el mercadillo, casi de ambiente medieval, tuve que salir de estampida, caballero de mi montura de dos ruedas, asaeteado por verduras arrojadizas y palabras más incisivas que dardos por un supuesto acoso a la joven que me atendía.
    Ocurrió que al oír: «Cariño, ¿las naranjas de mesa o de zumo?», turbado como iba por una aciaga noche de escaso dormir, dudé estar en presencia de mi amada, a quien había dejado dormida convaleciente de sus males nocturnos. Cuando concluida la operación, la dependienta me dijo: «Aquí las tienes, mi amor, de zumo» se disiparon mis dudas y, pletórico de alegría ante la milagrosa sanación de mi esposa, besé a la frutera en los labios convencido de que era a mi mujer a quien dedicaba el ósculo.
    Según mi lógica, sólo de ella podían proceder esas palabras («cariño», «amor mío») expresión de nuestra intimidad amorosa y familiar.

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