INFAMIAS HUMANAS
por Julián Moral
Sobre la esclavitud se puede inferir que existió desde tiempos remotos. El mundo antiguo la aceptaba en su sistema social, situando la categoría de esclavo como un objeto con perspectivas de explotación por su dueño. Patriarcas, caciques, soberanos, o simples amos; incursiones y guerras de conquista o captura; mercado y compra-venta de cautivos …, todos agentes y situaciones que terminaron induciendo la masiva política de «trata» por encima de cualquier excusa de guerras de rivalidad territorial, de escasez de recursos o cualquiera otra variable. En este sentido resulta relevante la opinión de Claude Meillassoux: «En el contexto histórico de la trata, los traficantes y los soberanos proveedores de esclavos tratan de apoyarse en la tesis de la guerra como fenómeno natural, argumentando que así los prisioneros destinados a morir salvaban la vida gracias a la trata».
La casuística de la esclavitud es muy compleja y, en opinión de analistas del tema, nunca ha resultado idéntica en todos los lugares ni tiempos. Hay autores que la catalogan en tres grupos principales que no excluyen otras casuísticas: la esclavitud doméstica o de tipo patriarcal, la esclavitud de los reinos y aristocracias y la esclavitud mercantil.
Si hablamos de primer grupo, señala el mentado Meillassoux que en «relación a las sociedades domésticas –como cualquier otra sociedad de autosubsistencia– el esclavo representa la primera forma histórica de propiedad ejercida sobre un medio de producción». Esto, siguiendo al autor mentado, abre el mercado económico esclavista en unas sociedades orientadas a la producción directa de subsistencia.
Respecto del segundo grupo, se puede argumentar que la naturaleza de los sistemas militares y aristocráticos que se levantan a partir de la organización de la captura de esclavos (en simples incursiones o guerras de conquista) generan unas clases predominantes y una organización política, militar y aristocrática, con esclavos para necesidades funcionales propias y para intercambio y venta. En estas aristocracias esclavistas se daban dos tipos de esclavos: los públicos de las instituciones estatales y los de propiedad privada. Los Estados, en ocasiones, recurrían a la liberación de sus esclavos para aliviarse de las cargas de manutención, incorporando a éstos en los mecanismos impositivos.
La economía esclavista mercantil requiere ya una compleja organización de redes comerciales –«la trata»– que implica relaciones de connivencia entre los estados esclavistas, las aristocracias militares guerreras, los caciques y jefes locales y una cierta o clara institucionalización del hecho esclavista en las estructuras jurídicas y en las superestructuras ideológicas. Así, a partir del siglo XV, se desarrolla un impresionante tráfico humano entre Europa, África y América. Finalmente, la continuación lógica de la legitimación de la esclavitud se da en el colonialismo a la par que su estigmatización más combativa para su abolición.
La esclavitud como sistema social tuvo su legitimación no solo en la relación institucional que se establecía entre amos y esclavos después de ser sustraídos estos de su sociedad de origen y filiación para ser reproducidos como extraños (extranjeros) en la sociedad esclavista. También hubo posicionamientos históricos de las superestructuras ideológicas apoyando el esclavismo. Por ejemplo, el Derecho de gentes en la antigüedad sancionaba el derecho del vencedor en la guerra a matar o esclavizar al vencido; el cristianismo por su parte no condenó la esclavitud: en el Antiguo y Nuevo Testamento hay versículos que la admiten o toleran. Todavía en el siglo XVII se puede encontrar una cita lapidaria de Bossuet: «Condenar este estado (la esclavitud) sería condenar al Espíritu Santo, quien ordena a los esclavos, por boca de san Pablo, permanecer en su estado y no obliga para nada a los amos a liberarles». También los principios del Islam fomentaron la esclavitud; la Guerra Santa mandaba combatir, avasallar o esclavizar a los paganos. Esta guerra santa con pretextos religiosos lo cierto es que propició un comercio de esclavos considerable a costa de poblaciones y pueblos desprotegidos. La combinación de guerra, Islam y mercados esclavistas tuvo un fuerte apogeo en el continente africano.
Si nos centramos en la esclavitud a partir del ser humano en su aspecto puramente biológico sin implicaciones sociales, veremos en éste su importante dependencia de pautas instintivas de agresión y dominio genéticamente programadas. Pero, como señala Marvin Harris, ser un animal agresivo no es la única particularidad de la naturaleza humana. A este respecto señala este antropólogo que la conformación de la conducta de un animal social como el ser humano viene determinada por informaciones culturales almacenadas entre los miembros de la sociedad, aunque, añade, que las respuestas culturales «siempre dependen, en parte, de las capacidades y predisposiciones genéticamente predeterminadas».
Cabe preguntarse, pues, si la esclavitud es más un rasgo cultural funcional que algo derivado de lo genéticamente adquirido y predeterminado. Y, a la vista de lo expuesto, de sus formas variables, de su evolución histórica, de su actualidad cambiante y sangrante …, en fin, de la dominación como respuesta casi común, podría decirse que actualmente no existe una respuesta unívoca. Al ser humano le espera aún un largo camino de humanización de sus funcionalidades culturales y programaciones genéticas.