Te crees que a ti no te toca, que eres único, como de otra especie, pero eres uno más de la tribu –no sé si el Gran Jefe, el hechicero o el sembrador de patatas–, uno más en el listado del registro civil o en la cola para sacar las entradas del teatro. Eres una pieza de ajedrez o de fruta, gota o grano de arena.
Y cuando ves que los demás se desmoronan parece que este juego no fuera contigo, que tuvieras armadura de hierro, músculo de atleta o traje impoluto de superhéroe. Pero, si miras de frente a los que conociste, observas cómo Umberto Eco ya no escribirá más novelas, ni Freddie Mercury alzará su voz prodigiosa desde el escenario, ni Mariano Medina hablará en blanco y negro de lluvias y tormentas.
Y todo te parece mentira: que tu padre no juegue más al ajedrez, que tu amiga del colegio no ría con tus bromas, que tu hermana no vaya contigo de vacaciones o que tu propio hijo tenga casi siete mil arrugas en la piel.
«Después de todo, todo ha sido nada» y beberse la vida «ha sido el único argumento de la obra».
Es así @José Guadalajara. Aunque en cierto modo nos salva creer que todo esto no va con nosotros.