El tiempo es una línea continua que no podemos rebasar, pues hacerlo entraña un enorme riesgo. Para los romanos el año comenzaba en marzo, pero, a mitad del siglo II a.C., este arranque anual se mudó a enero. Todo responde a sus razones, como también la mía, absolutamente subjetiva, aunque no carezca de cierta lógica.
Septiembre (mes séptimo para los romanos) siempre ha supuesto un cambio meteorológico, ya que los rigores del verano comienzan a hacerse más apacibles y una suavidad atmosférica aviva los sentidos y el intelecto. Por otro lado, el inicio del curso escolar en este mes, como alumno y profesor más tarde, se me ha presentado como un estreno de temporada.
Más que la Nochevieja con sus soniquetes y campanadas, septiembre, el noveno mes del año convencional, es para mí un enero cargado de vitalidad, deseos, ilusiones y sorpresas. ¡Feliz año a todos!